Se acercan las nubes y el misterio del cielo,
a donde vamos no se disipa el olor de azafrán y
dudas,
todas las piedras del campo son caminos,
podemos patearlas todas
pero solo podemos escalar algunas.
Tú vas conmigo animosa y fértil,
como las mariposas que bailan con el viento
llevas una canastita para recoger pasto y flores,
– a ti te gustan todas las flores –
y yo me desintegro con tu sonrisa luminosa,
soy los témpanos de tu boca
que se derriten día con día en primavera.
Tú vas conmigo los días y hablas lo justo,
me pides que baje los pies de las estrellas cuando
hay visitas,
que no mastique con las pancartas abiertas,
y cuando es necesario atas mis orejas a tus trenzas
para que no se vayan, descorteses, a otra
habitación.
Sabes que la realidad cruda me produce gases.
Tú vas conmigo y hablas lo que toca,
eres mujer y entiendes la lengua de los forasteros
yo no sé, a menudo, a dónde vamos,
con tanto que se nos cae de las alpargatas
y sabes decir dulce: allá, acá, maracuyá,
“donde vamos, vamos
juntos,
nuestro destino se
llama no mirar,
todas las piedras
del campo son caminos,
podemos apilarlas
todas
ahí podemos admirar
lagunas”.
Yo, torpe como he sido, no le temo a Dios,
me escondo tras el espejo de la noche,
y me alimento de las migas de sueño
que se les caen a las personas mientras duermen.
Yo no sé nada de lugares,
no conozco las corrientes del mar,
ni las rutas corrientes de las meninas;
pero desde que vas conmigo las distancias
no se miden con pulgadas, ni pies,
ni manos, ni jirafadas,
sino con vértigos y asaltos.
Ya no tengo la seguridad de las noches para
elucubrar,
tú vas conmigo en travesía…
pero desde que abordo la nave de los días
a tu lado me abrazo a la seguridad del abismo…
yo te miro, me miro, y nos dejamos caer.
La seguridad del abismo.
Iván Valdés.
Octubre 2015